Hogar

Un monstruo de muchos años, titánico y clasificador llamado Sistema es el gran rival y ganador de muchas disputas, de un par de sueños levantados durante muchos diciembres y uno en particular. En las dichosas circunstancias en que las aspiraciones pueden conciliar con el primer sujeto (aunque este jamás se ausente), brotan novatos adversarios que son hipónimos de lo social, lo geográfico, lo económico y lo emocional. Pero en esa nueva situación, da batalla el Amor, germen de todos los sentimientos. Y una ocasión en que no triunfe, no existe. 
Una de estas realidades, de doble rostro, me encaminó a separarme por algunos años de la casa que vio mis rodillas colmadas de hilitos de sangre, rayas de fibra hechas por mí en las paredes nevadas, la silueta de una rayuela desprolija impresa en la vereda y un tablero de ludo arrojado sobre la mesa. El nido que mis padres eligieron para entonar canciones de los ochenta, enseñarme a andar en la bici de rueditas y retenerme en todos los rincones para tomarme fotografías quemadas por el flash que después de reveladas serían depósito de pegatinas cómicas. En el que construyeron para la crianza de los hijos, por instinto, cimientos con pequeñas ramas para formar un nido fuerte, preparado para durar hasta el fin de la vida. El nido que registró las manchas de mis lágrimas sobre la almohada cuando tuve mi propia habitación. Un nido afiebrado que es, sobre todo, el principio de los auténticos valores.
Madre y padre también tienen nidos en campos cercanos y construyeron uno juntos. Cada uno es único. Cada uno es la conformación de la identidad personal y familiar. A cada uno se lo piensa en momentos inestables. Y entonces, qué incierta es la conocida “ley de la vida” que asegura que los seres humanos nacen, crecen en el seno de una familia, se reproducen formando un nuevo seno y mueren. Se omite que son los padres, empapados de recuerdos y emociones quienes crean, casi artísticamente, un piso firme al que en todas las etapas de la existencia se vuelve. 
Por mi parte, vislumbro, conmovida, el significado de la palabra hogar, tan holgada como incomparable, cuando veo los ojos mojados de ese hombre adulto que miran con añoranza el galope del incomprensivo tiempo. Cuando veo que aguarda lo que ya ha padecido una lenta metamorfosis. Aguarda porque no puede sino amar. Porque ve detrás de una pared atiborrada de moho a un niño con melena larga y vestido con tela de pana y vaquera. Porque quiere instruirse más para dejar el mejor de los legados. Ese niño extraña el hogar caducado. Pero no deja de amar el presente, el compartido con otros integrantes no menos importantes.
Una de esas realidades me llevó a estudiar Literatura a una ciudad afligida que no me pertenece. Quiero decir, a la que no puedo nombrar como mi ciudad. A dejar temporalmente a una familia que sí me genera sentido de pertenencia. A ser la persona de cientos de infinitivos después de conjugados: cocinar, ahorrar, comprar, limpiar, administrar, freezar, extrañar. Ni siquiera a la célebre Electra le hubiese significado tanto dolor tener que quedarse un fin de semana en ese nuevo departamento, uno entre ocho. En un lugar agradable, brillante, vasto; contenido por una avenida realmente linda. Con dos ventanas en sus entrañas: ambas, vías de acceso de un sol arrasador por las mañanas y de la luz de las farolas de la calle por las noches. Pero lejano. La síntesis inmejorable de la lejanía es el mate olvidado entre los libros y sin más que un par de manos como compañía. Sólo uno. 
Y en el no-nido, que acaso cierto día sea lo antagónico de la Güemes, vivo yo, que soy una joven más que se parece a una golondrina y a un búmeran. Tras ser lanzada, no hay camino que no me haga retornar al punto de partida de la vida, a mi hogar. Puede mi cuerpo estar ausente, pero regresará a esa estructura de ramas, lugar seguro, refugio de los peligros del mundo exterior, lugar donde siempre es primavera, eje del que emanan todas las experiencias, no valorado hasta dicha ausencia. Una golondrina que todas las veces reaparece en el mismo espacio que ocupaba, sin importar los kilómetros que la disgregaron de él. 
Ese nido puede tomar forma de casa, de departamento o de dúplex. Ese nido puede ser cobijo de muchas personas o de unas pocas. Ese nido puede ser habitado un día de la semana o todos. Ese nido puede estar en la selva, al costado de un río o en la más alta de las montañas. Mi modelo es el de mi propia vida. Es una casa. La casa que no me ve dormir en todas las horas de oscuridad pero me sueña. La que persevera sin demandar reciprocidad o hacer reclamos. La que puede ser habitada mil veces pero jamás olvidada. La que les nombro a mis amigos cuando digo mi casa. La que me da la seguridad que no ha aflorado todavía en otros mundos. La que no es cuatro paredes y un techo, sino hogar. Y hogar es la casa habitada por mis padres y no cualquier otra casa, más hermosa y costosa. ¿Alguien vive en un museo? Hogar es la zona que se resiste, sin temor, a las imposiciones y a los monstruos. Hogar es el lugar donde el fuego nunca se extingue. Adonde las golondrinas siempre regresan: al amor. Como reza uno de mis poemas, “me dieron alas pero prefiero las raíces”. O, mejor, como dice la letra de Armando Tejada Gómez: “Uno siempre vuelve a los viejos sitios donde amó la vida y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas”. 

Romina Albanesi




Comentarios

  1. Anónimo6.4.18

    Que forma tan bonita de expresarte. Es cierto que las raíces tiran. Me gusta la foto. Sigue escribiendo. Adelante!

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  2. Precioso por mucho que toque emprender el vuelo siempre tenemos nuestro hogar esperando y al que deseamos volver. Yo me he mudado varias veces de ciudad con mis padres pero el norte por ejemplo siempre estará en mi corazón y aunque ahora solo lo visite en vacaciones forma parte de mi y de mis recuerdos
    Un beso

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  3. Anónimo7.4.18

    Te admiro chiquita!

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  4. Anónimo7.4.18

    Seguí escribiendo genia!!!!

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  5. Anónimo8.4.18

    Ejemplo de hija y escritora. Me ha gustado tu forma de expresion y tus sentimientos.

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  6. Anónimo21.8.18

    Yo pienso que esos lugares que nos hacen felices siempre estan esperando nuestro regreso y nosotros seriamos nada sin ellos

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  7. Anónimo13.9.18

    Ahí siempre esperan con los brazos abiertos

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