Diciembre

El amanecer ilustra un cielo inédito y una a una, esferas doradas y rojas (que en algunos hogares son verdes o plateadas) van trazando, al ritmo del vuelo de una mariposa, líneas como escalera o zigzag que hermosean el arbolito. Las de brillo saltan con la misma cadencia que las opacas; las demás piezas, guirnaldas, moños, estrellas, miran, sin envidia, porque se avecina la navidad. Ni el tamaño ni la superficie en la que hace equilibrio importarán tanto como todas las cartas y deseos que van a habitar en él por un tiempo. Una medianoche próxima traerá un misterio escondido en una estrella fugaz y volará años, precisamente hasta que su destello se vaya evaporando. Quizás un día los gorritos bicolor sean recuerdo o el árbol con su parpadeo de colores, una obligación. Y hay algo dentro que me reclama nacer. Una inquietud primaria: adónde va la infancia, con su inocencia, cuando se marcha de nosotros. El tiempo no nos autoriza a regresar a la noche en que mamá acomodaba los regalos y no lo intuíamos. Mi ambición habitual es que ese día no aterrice en nuestras vidas y que el árbol cada año se sature de más amor, ilusión y fantasía, en un mundo de guerras, mentiras vanas y responsabilidades. Aunque el desconsuelo de esa vacilación permanece en nosotros. No podemos borrarlo como de chicos borrábamos la tiza de la vereda después de jugar a la rayuela.

Romina Albanesi